Recién llegado

- Todo el mundo os conoce. Sois diosas. Los hombres sueñan para que les recogáis en el lecho de muerte, sobre todo si sois tú o la reina, Brunilda. Si tadavía fuera mortal,- sonreí con ironía,- suplicaría para que me dejaras meterme en tu cama. Pero como estoy muerto y ya he sido recogido, pues...- hice una mueca.- Otra vez será.

- ¿Si? No sé donde. Odín me dijo que esto estaba vacío. Me ha extrañado mucho encontrarme contigo.- sacudí la cabeza y me puse bie mi extraño pelo.

Sonreí con ironía.
- Mira qué poco me importa...- borré la sonrisa.- Odio a las mujeres. Son todas iguales. Víboras que seducen a los hombres.

- Si es así, ¿qué? ¿Me atarás a tu cama, valkiria?- reí suavemente.

Me puse serio. Noté un sudor frío. Sonreí con una socarronería que no sentía.
- No serás capaz, Hnos.- puse un dedo en la punta de la espada y la aparté.

Volví a apartar la espada. Sonreí nerviosamente.
- No serás capaz, ¿verdad?

Tragando saliva, aparté de un manotazo su espada. Me dí la vuelta y me crucé de brazos.
- No estoy para tus tonterías, mujer. Una pregunta...: ¿se come aquí?

- ¿En serio? Mm...- me quedé pensativo.- Eso no me lo dijo O.

- Si, pero como estoy algo cabreadillo con él, ni me digno a decir su nombre entero.- dije y caminé hacia el castillo "muy digno".

- Bueno... Siempre estarán los favorecidos por él... Eso no cambia.- la miré, extrañado.- ¿De verdad le odias? Eres su hija, le sirves.

La miré, subitamente interesado.
- ¿Con un mortal?- "Vane, ¡por los dioses! ¡Pareces una de las marujas del pueblo...!"

- Ya... Oye... ¿Hay más aquí como tú? Quiero decir... ¿estamos solos?